ARTUR MAS, ¿ES UNO DE LOS NUESTROS?
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ecuerdo con nostalgia el
realismo de la Prensa americana en la etapa en la que estuve haciendo un stage de un año en la revista Time de Nueva York.
Casi todas las semanas, en la
reunión de los lunes en la que se planificaba el trabajo de la semana, el jefe
de corresponsales daba cuenta de los asuntos de interés general que estaban
ocurriendo en el mundo, o estaban a punto de ocurrir. Casi al final siempre
decía.
─ Y desde Manila nos informan
que un nuevo general está a punto de dar un golpe de estado en contra de Cory
Aquino.
─ ¿Otro general? – se quedaba
pensativo el director Henry Muller. Luego se volvía hacia el corresponsal de la
revista en el Pentágono y muy serio le preguntaba:
─ ¿Has hecho alguna
averiguación? ¿Sabes si es uno de los nuestros?
─ He hablado con el secretario
de Defensa. Me dice que ni le conocen.
─ Entonces, olvidemos del asunto. No habrá golpe de Estado.
La anécdota me vino a la memoria
hace un par de días cuando me enteré que
Mariano Rajoy, el hombre que más hace por todos nosotros, con la mirada puesta
en nuestros bolsillos para que gastemos menos y logremos nuestros bienestar y
nuestra felicidad; ese sujeto que todavía no juega gratis al golf pero tiene un
swing para trincar lo ajeno mediante
el BOE que pasará a los libros de historia junto a José María El Tempranillo, Rajoy, decía, estaba a punto
de entregarle a Abertis, una filial de la Caixa,
el control de Hispasat, la empresa estratégica y militar por excelencia (aunque
por ahora el ochenta por ciento de su uso sea civil) del Estado español.
Algo que el interfecto debiera
conocer por muy lerdo que sea. Porque no hace No falta nada más que leer las
noticias para saber que en el futuro todas las guerras se harán por ordenadores
y desde satélites y con artefactos de tierra, mar y aire, como demuestra día a
día Estados Unidos con sus Intruders o Predators y sus proyectos para
construir tanques y buques de guerra anfibios no tripulados. Y que los
soldaditos de plomo con los que jugó en su infancia están a punto de pasar a la
historia.
Y me asaltó la pregunta. ¿Artur
Más es uno de los nuestros? ¿Podemos confiar en él? ¿Podemos entregarle los
secretos estratégicos y militares a la persona que se ha declarado el enemigo
más acérrimo de la nación española sin que eso suponga el suicidio de todos
nosotros?
Enseguida, tal vez por
asociación de ideas, me vino a la mente otra anécdota. En los alegres años
ochenta, durante un viaje a México, me entrevisté, con Emilio Azcarraga
Vidaurreta, el viejo, el dueño de Televisa, el segundo imperio más grande del
país que presumía de dos cosas, de haber aportado la trompeta a los mariachis
de la plaza Garibaldi del DF, como dicen allí, y de haber metido entre sus
sábanas a todas las actrices protagonistas de su decenas de miles de
telenovelas, lo cual de ser cierto si que sería una proeza y no las que se le
atribuyen al tal Rajoy.
En aquel encuentro hablamos de
muchas cosas y una de las que me contó fue como, en una de las reuniones del
Comité de las Naciones Unidas para la
utilización pacífica del Espacio Ultraterrestre, que regula y adjudica las
órbitas de los satélites geoestacionarios entre los países capitalistas, a su
país de acogida le habían asignado una. Y como Miguel de la Madrid, el
presidente, no tenía dinero para colocar un satélite en órbita, le transfirió
los derechos siempre que el caso de guerra su uso fuera sólo militar. «Hoy
puedo decir que soy la única persona del mundo que tiene su propio satélite».
Lo que no me contó el espabilado
empresario de padres vascos, dueño de medio México, privilegio que compartía
con Carlos Slim, fue que, en su osadía, en lugar de comprar un satélite propio,
pensó que era más barato mandar un cohete al espacio, capturar un satélite ruso
de los muchos que habían en órbita convertidos en chatarra, bajarlo a la
tierra, arreglarlo y volverlo a poner 35.786 kilómetros
sobre nivel del mar. «Aquella idea suya nos creó tal cúmulo de problemas que
durante décadas los rusos nos estuvieron atosigando a preguntas acerca de si
estábamos utilizando a un mexicano para robarle su tecnología espacial», me
contó años después en el Departamento de Estado Collin Powell, al que fui a ver
por recomendación de Ana Palacio para que me echara una mano en uno de mis
libros. «Lo peor es que entre más explicaciones les dábamos, menos nos
creían».
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EGALARLE EL
HISPASAT A ARTUR MAS HA SIDO UNA TRACICIÓN A LA PATRIA. ¿O RAJOY CREE TODAVÍA
QUE LAS GUERRAS SE GANAN CON LOS SOLDADITOS DE PLOMO CON LOS QUE JUGABA EN SU
INFANCIA?
Hay otras muchas razones para no
dar ni agua a los catalanes. La primera de ellas, por un simple acto de dignidad,
de honradez con la nación. Desde el
siglo XVIII han considerado que ellos son los dueños de España y que el resto
de la nación está para servirles. Basta leer a Ernest Lluch o a cualquier
historiador económico catalán para entenderlo. Durante la etapa en que en cada
casa había un telar, implantaron en España desde Fomento Nacional del Trabajo y
otros lobbies de la época lo que Lluch y otros autores llaman el
«prohibicionismo», «teoría económica» que iba más allá del proteccionismo y
consistía en «prohibir» la entrada en la nación española de cualquier género
que no fuera el producido por ellos, obligando a los guardias de aduanas de los
puertos de Cádiz, Cartagena, la «raya» de Portugal y otros a perseguir a los
contrabandistas de manteles, sábanas y otros artículos y a cargarlos de cadenas
en las mazmorras de Madrid. Era tal la desvergüenza que la nación entera
dependía exclusivamente de sus telares, «aunque las mercaderías procedentes del
Reino Unido costasen tres veces menos debido a los avances en sus telares de
lanzadera y a la aplicación de la máquina de vapor a los mismos», dice Lluch.
Luego vino la Guerra de la
Independencia de Estados Unidos, The
American Civil War (1861-65) como dicen por allí y como los estados
sudistas dejaron de cultivar y exportar algodón a Europa, obligaron a la reina
Isabel II a desentenderse un rato de sus numerosos amantes para dictar leyes
obligando a los agricultores extremeños y andaluces a arrancar sus plantaciones
de cereales y berzas (cuanto le gustan a Rajoy) y dedicar sus tierras al
cultivo del algodón, para abandonarlos inmediatamente (era de inferior calidad)
una vez los inmensos campos de cultivo
del otro lado del Atlántico se restablecieron y Carolina del Sur, Georgia,
Louisiana y Alabama reestablecieron relaciones comerciales con los empresarios
catalanes.
De donde se deduce que Cataluña
ha tratado al resto de España no solo como su colonia y su mercado cautivo sino
algo peor. Acabaron durante siglos con la libertad de comercio y llegaron a considerar
a los jornaleros andaluces y extremeños casi como sus esclavos o sus criados.
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URANTE SIGLOS
LOS CATALANES TRATARON AL RESTO DE LOS ESPAÑOLES COMO ESCLAVOS, LES IMPUSIERON
SUS LEYES «PROHIBICIONISTAS» Y PRESUMÍAN QUE ERAN LA ««FÁBRICA DE ESPAÑA»
Aunque carecían de un sistema
financiero propio, aunque la primera máquina de vapor se instaló en el
Llobregat en 1833 (casi un cuarto de siglo después que en el Reino Unido),
aunque carecían de altos hornos, de industrias siderúrgicas, navales, de defensa
(los puntales de la prosperidad de los pueblos en los siglos XIX y XX); aunque
la industria ferroviaria se instaló allí (La Maquinista Terrestre y Marítima
hoy propiedad de Alstom)
con casi medio siglo de retrazo
(1861) con respecto a Francia, Alemania o Reino Unido su arrogancia fue tal que
con unos cuantos miles de telares durante la Segunda República pretendieron
hacer creer al resto de los españoles que ellos eran «la fábrica de España» y que el resto del país éramos unos vagos.
Con esa leyenda mitad verdad
mitad mentira de que ellos eran un pueblo próspero y trabajador y el resto de los españoles un
hatajo de rancios aristócratas, curas y militares, vagos y semianalfabetos, que
solo servían para hacer guerras, matar y saquear a otros pueblos viviendo del
botín obtenido; entre amenazas de separarse de España si no les concedían una
situación de privilegio porque ellos eran más listos, más guapos y más
inteligentes, quitándole los derechos a producir bienes y servicios en igualdad
de condiciones a los demás vivieron hasta la llegada de la democracia con
Adolfo Suárez, en 1978.
A partir de entonces, con sus
estatutos de autonomía que les daban plena libertad legislativa y ejecutiva y
hasta económica, las burguesías catalana (y vasca) pensaron que rápidamente
iban a colocarse de nuevo a la cabeza de España y a revivir el esplendor y la
gloria de tiempos pasados estableciendo su «protectorado» sobre el resto del
país, sometiéndolo a sus «chantajes» económicos y comerciales. Hasta que llegó
la UE y les obligó a desmantelar sus obsoletas empresas y a fabricar el Guggenheim, como un monumento a la
chatarra en que se había convertido Bilbao.
Aunque el Estado central le
regaló unos Juegos Olímpicos para que se dieran a conocer al mundo, lo mismo
que Andalucía con su Exposición Universal, no supieron sacar provecho de ello.
Y, lamentablemente para ellos, fueron los rancios y caducos aristócratas de la
Villa y Corte, los curas y militares asentados en sus medianías a los que tanto
odiaban, los que se llevaron el gato de la prosperidad y la riqueza. De modo y
manera que Madrid se colocó en la cabeza de España por renta por habitante,
numero de industrias, servicios y políticos dilapidadores, al estilo de Alberto
Ruiz Gallardón o Esperanza Aguirre, que todo hay que decirlo.
Lo cual era algo que catalanes y
vascos, que vieron desaparecer sus telares,
aceriales e industria naval debido a de los países asiáticos no podían
soportar. De modo y manera que cuando José María Aznar, al igual que José
Bonaparte, José María Salamanca y Mayol (marqués de Salamanca), María Cristina
de Borbón, Fernando Muñoz (duque de Riánsares y marido de la reina regente),
Juan Álvarez Mendizábal, Pascual Madoz y otros muchos, montó su proceso de
desamortización de los bienes del Estado, muchas de ellas estratégicas,
pasándolas a manos de sus amigos sin que nadie protestara, Jordi Pujol y Xavier
Arzalluz exigieron su parte del botín. Pero la derecha española, cavernícola y
retrograda, no sólo no satisfizo sus aspiraciones. Por el contario, para que no
volvieran a cuestionar su autoridad les quitó el BBV para fusionarlo con
Argentaria.
José Luis Rodríguez Zapatero,
tipo brillante donde los haya, intentó enmendar los errores de su antecesor. Cedió
a los encantos de los catalanes que solo venían por dinero a Madrid (por algo
estaba años antes la Fabrica de Moneda y Timbre en la capital) y les regaló la
Comisión Nacional de Telecomicaciones, Repsol, consintió que muchas empresas
estatales fueran «compradas» por Abertis (filial de la Caixa) y le permitió
expandirse sin control por el resto de España, de la misma manera que regaló
Cajasur a la BBK (Bilbao Bizcaya Kutxa) del PNV para que pudieran conquistar el
mercado andaluz, ya que con la marca vasca no se comían un rosco debido a que
los andaluces identificaban BBK con ETA.
El leonés errante y errático carecía de luces para saber que una vez
convertida la nación en patio de Monipodio y abierto el mercadeo y el chalaneo
con los nacionalistas, se abría la puerta al separatismo y a la desintegración
de la nación. Porque con unos nacionalismos desbocados, que solo piensan en la
destrucción de España aunque ello no signifique su propio provecho; con unas
autonomías movidas por una voracidad que ya quisieran para si las pirañas, con
un desenfreno y unas apetencias sin límites, que roza casi el canibalismo, con
la llegada de Artur Más a la Generalitat se planteó lo inevitable.
El llamado President planteó la independencia
económica de Cataluña por medio de un Pacto Fiscal que lo único que tiene de
pacto es que España renuncia a mandar inspectores de Hacienda a Barcelona y Rajoy,
ese genio que no es capaz de gobernar su intestino pero pretende gobernar a
España, entre viaje si y viaje no al retrete, sacó fuerzas de no se sabe donde
y debió decirle algo así como «tararí que
te vi»·
Lo cual hirió de tal manera el
sano orgullo y el seny de Más que, envuelto en una senyera recién comprada en
China, convocó a ese pueblo industrioso, saqueado durante siglos por «el pueblo miserable y hambriento de Castilla»,
que vive de «chupar la sangre» de
Cataluña, y les forzó a quitarse para siempre de encima el yugo de la iniquidad
y la esclavitud.
Llegados a este punto de no
retorno hace una semana Rajoy recibió en secreto a Mas e intentó llegar a un
acuerdo con él convencido de que con los cocodrilos y otras alimañas se puede
pactar. Y en lugar del libro «Los políticos no robamos tenemos a Barcenas» que
suele regalar a las visitas ilustres, envolvió en papel de celofán la empresa
Hispasat y se la entregó con una condición: hasta dentro de unas semanas no
debía cambiarle el nombre por el de Catalanosat. Y como de bien nacidos es ser
agradecidos, Más, que como su apellido indica siempre quiere más (más y más y
más, pero mucho más) le respondió dándole una patada en la espinilla. «Que
nos den todos los Hispasat que quieran, que los vamos a coger porque eso es
parte del robo de Madrid a Cataluña, pero de ninguna manera vamos a frenar la
consulta soberanista».
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N PLENA
ESQUIZOFRENIA SEPARATISTA A ARTUR MAS YA SOLO LE FALTA MATAR AL PADRE, ES DECIR
A ESPAÑA, PARA QUE LE INTERNEN EN UN PSIQUIÁTRICO CON VISTAS A LA CÁRCEL DE CAN
BRIANS
Al principio me peguntaba: Artur
Más, ¿es de los nuestros?. La pregunta creo que se contesta por si sola. Comido
por el odio a España, con una inquina y una obsesión enfermiza en contra de Madrid
y Valencia, pues no está dispuesto a que le arrebaten a los suyos, osease a los
catalanes, el derecho el inalienable a ser «la fábrica de España», el individuo
vive en plena esquizofrenia y solo tiene una idea, la de matar al padre (es
decir, a España) para que nadie dude ya que está loco de atar y lo encierren en
un psiquiátrico con vistas a Can Brians, que es una prisión que más bien parece
una sala de estar ya que se entra y se sale en un periquete.
Lo que hay que preguntarse, por
tanto, es otra cosa: Mariano Rajoy, Cristóbal Montoro, Luis de Guindos y esa
pléyade de arruina patrias, ¿son de los nuestros? O constituyen, como me temo, una banda de
forajidos capaces de asaltar al país y entregarles mediante el BOE España a los catalanes enemigos de la nación
para seguir conservando ese estúpido privilegio de sentirse por encima de los
demás perpetrando fechorías junto con Ángela Merkel, José Manuel Durao Barroso,
y esa otra banda de delincuentes. Ya que desaparecido el Estado de Derecho y
las libertades básicas (Europa ese club de intereses mal avenidos, donde unos
piratas o corsarios disfrazados de políticos te pueden robar la cartera a plena
luz del día como acaba de ocurrir en Chipre,
ya no es una democracia) solo queda la barbarie, la sinrazón y el única
Ley válida es la de la patente de corso
que cada gobernante se otorga a si mismo no para arrebatarle el botín a sus
enemigos, que hasta habría quien lo justificara, sino para actuar en detrimento
de sus semejantes y acabar con la clase media.
Todo lo cual me hace recordar
aquellas memorables palabras que pronunció Thomas Jefferson durante la Convención de Filadelfia (14 de mayo al
17 de septiembre de 1987), donde se perfiló definitivamente la Constitución de
Estados Unidos. «Los dos enemigos del pueblo son los criminales y el
Gobierno, así que permítanos restringir a los segundos [a los políticos] con
las cadenas de la Constitución para que no se conviertan en la versión
legalizada de los primeros».
Constato, sin embargo, que la
frase ha perdido todo su sentido. Lo peor de la Constitución española de 1978,
que ya casi nadie cumple, es que ampara a los delincuentes que se han adueñado
de ella y la venden a trozos como si fuera papel de retrete, de los retretes
públicos de los años de la postguerra. Sólo nos faltaría ahora que Más,
tratando de imitar a Azcárraga, no solo se apropiara de Hispasat por la cara
sino que vendiera la empresa a los rusos, a la mafia de la droga o a los hijos
de Muammar El Gaddafi, si es que queda alguno vivo. Porque, como buen catalán,
Más nunca será de los nuestros, no nos hagamos ilusiones, sino de donde hayan pelas que llevarse a Suiza.
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