LOS
AVIONES PREDATORS TAMBIÉN MATAN A TRAICIÓN A LOS ENEMIGOS DE LA LIBERTAD PERO NO HABLAN COMO
AMEDO Y DOMÍNGUEZ
Hubo
un tiempo en un país en el que los terroristas eran malos y mataban a los niños
y a las personas inocentes y el presidente del Gobierno, que les había reído
las gracias en los tiempos de Franco y miraba para otro lado en la
oposición, se puso recho, como dicen en
México, y hasta bravo, y les dio varios ultimatums. “O dejáis de matar y entregáis
las armas o voy a por vosotros y os encontraré donde sea, que el estado de
Derecho también se defiende desde las alcantarillas”.
Los
terroristas se tomaron a broma las advertencias pero aquel Presidente, que de
niño había jugado con los malos, había aplaudido sus matanzas, y hasta había
hecho planes con ellos para derrocar a la dictadura. Pero ahora que era Primer Ministro no quería que le
pasara lo de la República, cuando los suyos, osease sus conmilitones, mataron
al diputado José Calvo Sotelo y hubo una guerra en la que “ninguno de los dos
bandos dio tregua al otro”. Así que para evitar que, en un descuido, los
pistoleros más violentos mataran, pongamos por caso, a Adolfo Suárez y le
echaran la culpa a él como le pasó a Largó Caballero, a Indalecio Prieto, a
Juan-Simeón Vidarte o a Juan Negrín, y a otros de los suyos cuando el capitán
de la Guardia Civil Fernando Condés Romero asesinó al líder de la oposición en julio de 1936,
montó una banda de forajidos buenos para acabar con los forajidos malos.
Aunque
sus ciudadanos se estaban jugando las libertades o la dictadura, osease, convertirse
de nuevo en esclavos de Antonio Tejero Molina y los suyos o seguir viviendo
como hombres libres, en aquel tiempo y en aquel país la opinión pública se dividió
en dos. Juan Luis Cebrián y Antonio Franco, desde El País y El Periódico de
Cataluña, se echaron las manos a la cabeza, se negaron a ser cómplices de
aquella barbaridad, silenciaron todo lo que pudieron los crímenes, y luego
cuando fue atacado por “defender la Patria de sus enemigos” le dejaron
abandonado.
Y
Pedro J. Ramírez que desde Diario 16
aplaudió a rabiar las muertes de los bárbaros, pidió que diera el nombre de una
calle o una plaza en cada pueblo, municipio, ciudad o villorrio al ejecutor aquellos
planes que suponían la salvación de la nación para, meses más tarde, ya en El Mundo, ingresar en la orden de los Terroristas Desamparados, y atacar con saña, al Presidente intentando
meterlo en la cárcel en dos ocasiones.
Mientras
tanto, en todo tiempo pero en otro lugar, también mataban y ejecutaban en todo
momento y espacio a los enemigos de la libertad; a todos aquellos que
cuestionaban su forma de vida y ponían en peligro los logros del liberalismo,
el libre mercado y la sociedad de consumo. O a los que pretendían corromper a
los suyos con sus ideas destructivas y corrosivas, encaminadas a minar su
sociedad de la opulencia y del bienestar y a sembrar el germen de la discordia
dentro de sus fronteras en una guerra que tenía muy poco de fría.
Pero
nunca los presidentes de aquella nación ordenaban personalmente disparar contra
uno, poner una bomba contra otro o utilizar la ponzoña o el veneno contra un
tercero. Esa era labor de los servicios secretos, de esa especie de inframundo
de las tinieblas que tenía ramificaciones en el departamento de Estado, el
Pentágono, la CIA y la Agencia Nacional de Seguridad. Su agentes no sólo
actuaban por propia mano. A veces, adiestraban y daban armas a los esbirros o a
los altos mandos de los ejércitos de países "amigos" para quitar de en medio a los
opositores comunistas pagados con el “oro de Moscú” y al servicio siempre de la
desintegración de las naciones civilizadas para que el comunismo, emboscado en
los parlamentos y en las instituciones no pudiera convertirse en un caballo de
Troya que se hiciera con el poder y tomara el Palacio de Invierno en una o dos
jornadas.
En
otro tiempo más cercano y en el mismo lugar llegó al poder un presidente al que
dieron el Premio Nobel de la Paz. Pensó entonces que las guerras convencionales ya no tenían
sentido y que la eliminación de los terroristas eran una cosa demasiado seria
para dejarla en manos de un grupo de autodenominados “especialistas”.
EL CONTRATERRORISMO ES MUCHO MÁS SERIO QUE LA GUERRA CONVENCIONAL. POR ESO, OBAMA DECIDE PERSONALMENTE Y EN CADA INSTANTE QUÉ DIRIGENTES DE AL QAEDA DEBEN SER EXTERMINADOS
Decidió
que si era necesario debía mancharse las manos con la sangre de sus enemigos
antes que tener que hacerla con la de sus ciudadanos y que sería el mismo quien en la
guerra secreta desencadenada en 2011 y 2012 en Yemen, Somalia y Pakistán, entre
otros países, diera todas las órdenes. Por eso, cada vez que había que exterminar a
alguien del “imperio del mal” se reunía con todos sus colaboradores en un
despacho secreto y estudiaba todas las posibilidades para causar el menor daño
posible y evitar las víctimas inocentes.
Las
reuniones contraterroristas llegaron a hacerse tan habituales que se celebraban
todos los miércoles en la sala de crisis (Situation
Room) con el Presidente llevando siempre la iniciativa y examinado
desapasionadamente, como el que hace un trabajo más, la terrorífica Kill List que le presentan los servicios secretos. Y decidiendo
personalmente quién debía morir y quién no, con el fin de atacar siempre a la
cabeza de Al Qaeda y limitar dentro de lo posible los daños colaterales para no crear nuevos mártires.
--
General, ¿puede decirme a que distancia se encuentra este colegio?
--
Según el satélite, a cien metros
--
¿Y puede garantizarme que la bomba no va a matar a un solo niño?
--
No señor. Eso no lo puedo garantizar.
--
Pues habrá que investigar más y buscar otro lugar.
En mayo cuando la noticia salió a doble página en el diario The New York Times la
gente se extrañó de que el jefe de la nación más poderosa del mundo, partidario
de acabar con la guerra de Irak, las torturas y con el campo de prisioneros de Guantánamo
(aunque no haya podido cumplir esto último) se encargara de ultimar en persona
a cada terrorista que estuviera pensando poner en riesgo la vida de sus
ciudadanos, pero nadie se alarmó. Lo afirmaba NYT:
“President Obama, overseeing the regular Tuesday counterterrorism meeting of two dozen security officials in the White House Situation Room, took a moment to study the faces. It was Jan. 19, 2010, the end of a first year in office punctuated by terrorist plots and culminating in a brush with catastrophe over Detroit on Christmas Day, a reminder that a successful attack could derail his presidency. Yet he faced adversaries without uniforms, often indistinguishable from the civilians around them. “How old are these people?” he asked, according to two officials present. “If they are starting to use children,” he said of Al Qaeda, “we are moving into a whole different phase.” It was not a theoretical question: Mr. Obama has placed himself at the helm of a top secret “nominations” process to designate terrorists for kill or capture, of which the capture part has become largely theoretical. He had vowed to align the fight against Al Qaeda with American values; the chart, introducing people whose deaths he might soon be asked to order, underscored just what a moral and legal conundrum this could be.
The New York
Times agrega sin la aportar la menor apostilla o crítica:
Mr. Obama is the liberal law professor who campaigned against the Iraq war and torture, and then insisted on approving every new name on an expanding “kill list,” poring over terrorist suspects’ biographies on what one official calls the macabre “baseball cards” of an unconventional war. When a rare opportunity for a drone strike at a top terrorist arises — but his family is with him — it is the president who has reserved to him-self the final moral calculation.“He is determined that he will make these decisions about how far and wide these operations will go,” said Thomas E. Donilon, his national security adviser. “His view is that he’s responsible for the position of the United States in the world.” He added, “He’s determined to keep the tether pretty short.”
Y, más adelante, el rotativo señalaba:
Nothing else in Mr. Obama’s first term has baffled liberal supporters and confounded conservative critics alike as his aggressive counterterrorism record. His actions have of-ten remained inscrutable, obscured by awkward secrecy rules, polarized political commentary and the president’s own deep reserve[1].
Nadie
se lo reprochó ni puso el grito en el cielo por aquellos hechos ni dijo que el
Presidente era un asesino y que había que colocar sobre su nombre una X como
una especie de ignominia, degradación, deshonor o vergüenza para él, sus
generaciones y su partido. En aquel país, el 96 por ciento de sus gentes
piensan que matar a los “enemigos de la libertad” es un acto de legítima
defensa y no se les ocurre poner en guardia a quienes solo piensan en poner una bomba a
traición diciéndoles “desenfunda” ni mucho menos echarles un sermón explicándole que “Alá nunca
ordenó exterminar a los no creyentes”.
Pero
en todas partes hay Pedro J. Ramírez´s dispuestos a joder a la marrana y hace unos días los republicanos pidieron
explicaciones de qué se estaba haciendo con los drones y por que el Presidente
de la gran nación decidía siempre el último segundo en que debían dejar caer
las bombas sobre los malos. Y el presidente no rehuyó el debate. “Desde que yo doy las
órdenes sólo han muerto asesinos, uno de ellos un americano es cierto, pero no
hemos matado obreros, transeúntes y mucho menos
mujeres o niños. Además, frente a ellos, nosotros tenemos la legitimidad moral
de no desear el mal a nanie ni usar a los niños para convertirlos en
terroristas e inmolarlos convirtiéndolos en “bombas vivientes” para matar a sus
semejantes”.
Era
lo que la gente, que no hace otros juicios políticos, morales, partidistas ni
de oportunidad estratégica, esperaba oír. Su presidente hacía lo correcto. Era
un tipo OK. Porque eso es lo que le gustaba que ocurriera a cualquier americano
honrado, lo que estaría dispuesto a hacer por su país en aquellas
circunstancias en cualquier tiempo y lugar, y se acabó el debate.
Esa
es la diferencia entre España y Estados Unidos. Si Felipe González hubiera
dispuesto de drones, tal vez nadie le hubiera echado la culpa por lo de los GAL.
Que no es cierto que no sirvieran para nada, fueran un acicate para el
terrorismo y aumentaran las víctimas, que eso son falacias del atolondrado de José
María Aznar, ese sujeto irresponsable y tarambana, sin sentido de Estado, que
para ganar unas elecciones rompió el pacto secreto sobre la guerra antiterrorista firmado por Felipe
González y Manuel Fraga, y de otro tipo más inmoral
todavía, al que se conoce por Pedro J. Ramírez.
Los datos reales son los siguienrtes. En
los primeros años de actuación, los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL)
redujeron con sus asesinatos el número de atentados a la tercera parte (aunque no el número de
muertos ya que ETA decidió cambiar la pistola por el coche bomba)[2],
acabaron con el santuario del Sur de Francia, obligaron a Francia a intervenir
en aquel conflicto armado y a deportar a los “cabecillas” de la banda armada a
terceros países. En el quinto año de actuación (1999) las muertes por atentado
se habían reducido a 26 y en 1996, cuando González deja el poder, sólo se
producen 5 víctimas, lo que indica que ETA estaba acabada[3].
Lo
cual, siendo moralmente reprobable y políticamente poco correcto, no puso en
riesgo ni la democracia ni a las instituciones, como afirma el novio de
Exhuperancia Rapú. Lo malo es que luego vino José Luis Rodríguez Zapatero, se
dejó contagiar de las ideas venenosas y cáusticas de ese engendro de periodista al que un video
sacó del armario, desandando todo el camino emprendido por sus predecesores y
empezó a pensar que todos los terroristas eran intrínsicamente buenas personas,
que ni siquiera eran unos “chicos descarriados” como pensaba Xavier Arzalluz, le dio
todo lo que pidieron, les sacó de la cárcel, les regaló las instituciones, y
puso fin a lo que el nacionalismo llamó “cuarta guerra carlista”.
Ahora
solo falta que los enemigos del pueblo vasco, es decir lo que se sienten españoles, hagan las maletas y regresen a
Castilla, y que alguien arranque las lápidas de las tumbas de sus víctimas, para dar por terminado el conflicto
“sin vencedores ni vencidos“(porque a los presos los sacará de la cárcel el
Tribunal Europeo de Derechos Humanos) para que todo haya acabado. Con un claro ganador, claro, el terrorismo
y sus métodos.
Y
será entonces cuando ETA entregue las armas. ¿Por qué para qué van a querer los terroristas las pistolas
si el Estado ya se ha puesto de rodillas ante sus dirigentes y les ha entregado
todo lo que pedían y mucho más de lo que figuraba en la Alternativa KAS y en la
Alternativa Democrática, sus dos plataformas reivindicativas?.
De
donde se deduce que no es posible que ETA vuelva a las andadas y a amenazar la democracia y las
libertades. Pero si lo hiciere ya no se podrá confiar nunca más en Rodríguez Zapatero. Y mucho
menos en los GAL. Los drones, aviones
no tripulados, hacen el mismo trabajo, no preguntan y, sobre todo, no van a chivarse
al periódico El Mundo. Fabricados por
General Atomics Aeronautical Systems en San Diego (California) los también
llamados UAV Predator y Reaper, se limitan a dejar caer sus misiles Hellfire,
producidos por Lockheed Martin en Alabama y desaparecen sin dejar rastro.
Ese
fue el error de Felipe González, haber gobernado hace 30 años. Si se no
se hubiera dejado llevar por la impaciencia y se hubiera reservado, hoy
la
tecnología le hubiera hecho el trabajo que José Amedo y Michel
Domínguez. Además, sin preguntar, que no es bueno que haya matonzuelos
de tres al
cuarto dando ruedas de Prensa o acusando al Gobierno de no respetar los
Derechos Humanos de los pistoleros en los medios de comunicación.
[1] The Shadow War. Jo Becker y Scott
Shane The New York Times. May 29, 2012.
[2] Estos
son los datos reales tomados del Ministerio del Interior: 1985, 38 muertos
frente a los más de 100 ocurridos en 1980 y 1981; 1986, un total 41 víctimas
(15 de ellas en dos atentados con coche bomba en calle Juan Bravo y República
Dominicana), de donde se deduce que la capacidad operativa de ETA se ha
reducido a 36 atentados. En 1987 las víctimas son 55 (11 en atentado a cuartel
de Zaragoza y 19 en Hipercor de Barcelona). Es decir, ese año ETA solo puede
cometer 24 atentados. En 1988, debido a las críticas internas por Hipercor, las
víctimas bajan a 21 y así sucesivamente.
[3] Fernando Múgica, Francisco Tomás
y Valiente, Ramón Doral, Miguel Ángel Ayllón e Isidro Usabiaga.
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