Monday, June 7, 2010

MARCOS VIZCAYA, IÑIGO URCULLU Y ANTONIO BASAGOITI: ¿DE QUE PUEDE HABLAR EL PP CON LOS ENEMIGOS DE ESPAÑA?

Hace unos cuantos meses, cuando la economía iba boyante y la gente pudiente echaba la casa por la ventana, un amigo lejano nacido en Neguri (Vizcaya), emigrado a Madrid y dedicado a la actividad inmobiliaria se encontró con el ex diputado del PNV (1977-1986) Marcos Vizcaya Retana.
Nacido en Gorliz en 1945, casado con una de las señoras más ricas del País Vasco y alejado de la política desde entonces, Vizcaya pretendía comprar una casa en la capital de España lo más cerca posible del centro de la ciudad. Su interlocutor, al que conocía de Getxo, le mostró su «joya de la corona», un duplex situado en la calle Serrano esquina a Hermosilla.
«Son 325 metros cuadrados. Lo que pasa que es un poco caro: quinientos millones de las antiguas pesetas». Sin pensárselo dos veces, el ex diputado del PNV sacó la chequera, extendió un talón y le entregó una «señal» para quedárselo. «Es mío. En los últimos meses estamos viajando con mucha frecuencia a Madrid y hemos pensado que lo mejor es tener una segunda residencia aquí», se explicó.
El político nacionalista no quería siquiera ver la casa. Le bastaba con la palabra del intermediario, una persona de modales exquisitos y fina sensibilidad. Pero el promotor inmobiliario insistió tanto que Vizcaya decidió perder un rato de su precioso tiempo e ir a ver el inmueble. A medida que recorría una a una todas las habitaciones de la vivienda aseguró sentirse cada vez más encantado de la decisión que acababa de tomar. Hasta que, al final de la tournée, salió a la amplia terraza desde la que se divisaba las Torres de Colón, la Biblioteca Nacional, el Congreso de los Diputados, el Parque del Retiro y el Museo del Prado.
Fue en ese preciso momento cuando mi amigo observó cómo, de repente, el ex diputado nacionalista se quedó parado en seco como si se le hubiera congelado la sangre y durante un instante enmudeció. Tras el sobresalto, pidió que le entregaran el talón y lo rompió. Marcos Vizcaya no ofreció ninguna explicación a su repentino cambio de actitud pero mi interlocutor supo enseguida el motivo de aquel súbito rechazo: a la altura de sus narices ondeaba una descomunal bandera de España que el ex presidente José María Aznar había mandado colocar en la Plaza de Colón, a menos de 200 metros de distancia de la vivienda.
Dicho lo cual, sólo me queda una pregunta: ¿Qué demonios hace el presidente del Partido Popular en el País Vasco, Antonio Basagoiti «dialogando» con Iñigo Urkullu, el actual presidente del llamado Euskadi Buru Batzar, el máximo órgano de Gobierno del Partido Nacionalista Vasco?.
Dicen las crónicas que el encuentro, el primero en 33 años celebrado en la sede del PP de Bilbao (hasta hace poco el PNV se negaba a pisar la sede de cualquier partido españolista), tuvo como objetivo «normalizar» las relaciones entre las dos formaciones políticas y dejar constancia de que «podemos hablar con todos sin rasgarnos las vestiduras», en versión atribuida a Basagoiti.
E insisto: ¿De qué se puede hablar con un partido radicalmente separatista, que defiende situaciones diametralmente antagónicas, completamente opuestas a las del Partido Popular, que se rige desde su fundación por Sabino Arana por la permanente deslealtad a las instituciones españolas, y cuyos dirigentes llevan más de un siglo (desde llamada la Sanrocada del 16 de agosto de 1893 hasta la actualidad) injuriando y quemando la bandera de España cada vez que tienen ocasión?
Y si hoy no se manifiestan tan beligerantes es porque han perdido el poder. Porque, a comienzos de febrero de 2009, cuando el Tribunal Supremo ordenó que la enseña nacional se colocara en el exterior del Parlamento Vasco, el presidente del PNV aseguró "no sentirse orgulloso" al contemplarla. Él y toda su tropa sólo se sienten vascos, es decir, entes de otro planeta aunque como Marcos Vizcaya, se vean obligados a dejar su confortable casa de Las Arenas (Getxo) para venir de vez en cuando a Madrid «a comer caliente», como decía Xavier Arzalluz años atrás de los «maketos» o «coreanos» que acudían a Bilbao, según el ex jesuita, a curarse el hambre ancestral de la meseta.
Ahora, que empiezan a cambiar las tornas, son los nacionalistas los que, si quieren comer caliente, tienen que venir a Madrid a hacer negocios y a vender sus mercaderías, pese al odio ancestral a la bandera y a todos los símbolos de la nación. ¿Con una gente que dice pensar y sentir así, se puede hablar de algo?

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