En 1986, cuando José María Benegas ganó las elecciones autonómicas en el País Vasco, el Euskadi Buru Batzar, máximo órgano de Gobierno del PNV, con Xavier Arzalluz como principal burukide, se negaron tajantemente a que los socialistas asumieran el Gobierno en la comunidad autónoma.
«Estos no son de aquí, no están integrados en la sociedad como nosotros, y no van a saber gobernar como lo haría el PNV», manifestó por entonces el jesuita renegado, el hombre que más mandaba en el País Vasco.
Inexplicablemente, tras largas y arduas semanas de negociación, finalmente el PSOE renunció a ocupar Ajuria Enea y entregó el poder a los seguidores de la formación política fundada por Sabino Arana a finales del siglo XIX.
Según me contó años más tarde el defensor del Pueblo, Enrique Múgica, la bajada de pantalones de los socialistas se produjo después de varias conversaciones con el sanedrín nacionalista donde expusieron sin ambages su decisión de «echarse al monte» como en las guerras carlistas en el caso de que no se les entregara el gobierno a ellos.
«Con el fin de decidir lo que se hacía hubo una reunión de la ejecutiva regional del PSOE y todos los asistentes salvo dos, Ricardo García Damborenea y yo, decidieron por mayoría no incrementar la crispación fomentada por el nacionalismo y cederles el poder». En un gesto de incomprensible magnanimidad Felipe González aprobó la propuesta.
A pesar de apropiarse con amenazas del resultado de unas elecciones, el PNV siguió gobernando con la prepotencia y arrogancia habituales en ellos, como si «fueran los únicos amos del caserío», en expresión castiza, de forma autoritaria y excluyente, imponiendo el euskera en los colegios como legua vehicular y promocionando cualquier símbolo antropológico, educativo o cultural que contribuyera a abrir aún más la cima entre España y aquellas «tierras apartadas».
Lo hacían, además, a sabiendas que el nacionalismo constituía una fuerza minoritaria en el País Vasco, que no representaba más allá del 30 por ciento de la población (el resto eran emigrantes o descendientes de estos) y que incluso la representación parlamentaria en el Congreso de los Diputados reproducía milimétricamente la pluralidad y el cosmopolitismo de la sociedad vasca: un tercio de los diputados votaban a la UCD/PP; otro tercio al PSOE y un tercero a los nacionalistas.
Así y todo, aplicando la tesis del pez grande que se come al pequeño, considerándose los legítimos herederos del País Vasco, autodotándose de un plus de legitimidad que no le daban las urnas, esgrimiendo un falso martirologio y un victimismo procedente de la Guerra Civil (Franco no fusiló apenas nacionalistas y, en cambio, llevó al paredón a centenares de socialistas, comunistas y anarquistas), ejercieron el poder desde la aprobación del estatuto en 1980 hasta las elecciones autonómicas de 2009 en el que la colación PSOE-PP, con casi el 45 por ciento de los votos, le echaron del parlamento Vasco y de la presidencia del Gobierno.
Para muchos españoles fue ese un día histórico por muchas razones. La primera de ellas, porque por primera vez desde el 9 de agosto de 1936 en que José Antonio Aguirre llegó al poder de la comunidad autónoma vasca, en plena Guerra Civil, con el apoyo de Indalecio Prieto, se rompía el pacto PSOE-PNV que había funcionado durante toda la Guerra Civil, el exilio y los 31 años de democracia. Y, además, porque por primera vez después de la transición, un partido no nacionalista asumía el poder en Euskadi sin que la gente de echara a la calle y sin que los «gudaris» subieran al monte, al estilo de la invasión de los romanos, como amenazaban los nacionalistas.
Y, por último, porque se rompía el falso mito de que los nacionalistas eran los dueños y usufructuarios ex exclusiva de una parte de España y el resto de españoles afincados allí (más del 70 por ciento de la población repito), unos parias o convidados de piedra, sin derechos constitucionales ni autonómicos, y por lo tanto, excluidos de antemano para el ejercicio legítimo del poder.
Un falso mito, he dicho, porque desde la fundación del partido por Sabino Arana en 1895, durante el siglo XX el PNV apenas ostento el poder político en Euskadi. Durante la etapa de la restauración, en la mayoría de los casos, salvo en 1918 en que Ramón de la Sota Llano y los suyos alcanzaron la representación de Vizcaya en las Cortes, el partido jelzale no pisó nunca el palacio de la Carrera de San Jerónimo. Durante la República, alcanzaron una cierta representación, pero nunca fue superior a la de las derechas (Ceda, ex monárquicos y tradicionalistas) ni a la conjunción republicano-socialista. Sólo a partir del 9 de octubre de 1936, con ayuda del PSOE, José Antonio Aguirre implantó una efímera república vasca, que perdió por la fuerza de las armas nueve meses más tarde, el 18 de junio de 1937, cuando las Brigadas de Navarra tomaron Bilbao.
Uno de los errores de Adolfo Suárez, ese político que supo hace la transición pero que cometió las mayores barbaridades en democracia, fue permitirles en 1980 que se convirtieran en los dueños absolutos del poder en el País Vasco, a cambio de acabar con ETA, misión que no cumplieron como es conocido.
De ahí que la derrota de 2009 en las urnas fuera acogida con grandes muestras de entusiasmo y complacencia por una mayoría de los españoles. Me temo, sin embargo, que se echó demasiado pronto las campanas al vuelo sin analizar con un poco de rigor lo que había ocurrido.
CEDER LOS FONDOS DE LA SEGURIDAD SOCIAL AL PAIS VASCO ES LO MISMO QUE PONER MILLONES DE EUROS EN MANOS DE LOS SINDICATOS ELA Y LAB, PARA FACILITARLES EL CAMINO A LA INDEPENDENCIA
Porque pese a que meses después Juan José Ibarretxe abandonó Ajuria Enea y Patxi López se instaló en la sede del Gobierno vasco, los nacionalistas jamás se han dado por derrotados. Para ellos, la llegada de un socialista al poder en Euskadi es sólo un paréntesis en la historia contemporánea de la comunidad. De hecho, el PNV ha abandonado la primera línea del poder pero no el poder en si. Sus dirigentes se limitaron a dar un paso atrás y a refugiarse en las diputaciones forales, en las juntas generales y en los principales ayuntamientos vascos, que controlan, salvo el de San Sebastián.
A cambio de garantizarse la gobernabilidad, el PSOE tuvo que ponerles en bandeja incluso el ayuntamiento de Vitoria y la diputación foral de Álava, uno de los feudos históricos del Partido Popular, partido que está dando su apoyo a López en el parlamento Vasco y en el resto de las instituciones a cambio de nada. Pese a ser la fuerza más votada en Álava fueron sacrificados ad maiorem gloriam del nacionalismo.
Las recientes entrevistas del presidente del Gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero con el presidente del Euskadi Buru Batzar Iñigo Urcullu revela quién manda de verdad en el País Vasco aunque no esté en primera línea de la política. A cambio de dar el apoyo de seis de sus diputados a los Presupuestos Generales del Estado, el PNV consiguió que Madrid le transfiriera las políticas activas, la formación profesional continua y la ocasional y, además, 472 millones de Euros para incrementar las pensiones en el País Vasco.
¿QUIÉN PAGA AHORA LAS PENSIONES DE ANDALUCES Y EXTREMEÑOS QUIENES TRAS DEJARSE LA VIDA EN EL PAIS VASCO HAN REGRESADO A SUS PUEBLOS DE ORIGEN, LA CAJA ÚNICA O LA VASCA?
¿QUIÉN PAGA AHORA LAS PENSIONES DE ANDALUCES Y EXTREMEÑOS QUIENES TRAS DEJARSE LA VIDA EN EL PAIS VASCO HAN REGRESADO A SUS PUEBLOS DE ORIGEN, LA CAJA ÚNICA O LA VASCA?
Algo que es sumamente grave. No sólo supone la ruptura de la caja única, la quiebra del Pacto de Toledo, vulnerado anteriormente por el PSOE al congelar las pensiones del resto de los españoles para ahorrar 1500 millones de euros. Constituye además la concesión de un plus especial a los trabajadores vasco ─ una de las regiones de España con menos paro estructural y ocasional─ y una intolerable discriminación para el resto de los españoles, empezando por aquellos extremeños y andaluces que sacrificaron su juventud y su vida trabajando en la margen izquierda del Nervión y contribuyendo a incrementar la riqueza de las Vascongadas y ahora, de vuelta a sus lugares de origen, cobran de la caja de la Seguridad Social del resto de los españoles y no de las transferencias al País Vasco.
Todo ello con ser preocupante no es lo más alarmante en relación con la cohesión nacional y la integridad del país en una sola nación. Los 472 millones de euros concedidos a Urcullu, las políticas activas, en dinero invertido en la formación profesional, son considerables sumas de dinero que van a parar, en parte, a los sindicatos LAB (ETA) y ELA-STV (PNV), los dos implicados en el llamado proceso de construcción nacional, en el ser para decidir, y en el referéndum por la autodeterminación del pueblo vasco para crear una nación independiente, socialista y euskaldun, según la tesis de ETA, que el PNV no rechaza.
Puede concluirse, por tanto, que quien manda desde la sombra en Euskadi son los nacionalistas, llámese ETA o PNV, y que de la misma manera que comprando la libertad de dos cooperantes catalanes el Gobierno dio dinero a Al Qaeda del Magreb para que secuestraran enseguida a cinco franceses en Mali, la actitud de Rodríguez Zapatero en este caso no es mejor. Dando dinero al PNV para comprar tiempo en La Moncloa está financiando a aquellos grupos políticos que, con violencia o sin ella, pretenden la destrucción de España como nación y la consecución por los vascos de un status similar al de un estado confederado, libre asociado o independiente.
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