Sunday, October 3, 2010

LA DICTADURA DE LO POLÍTICAMENTE CORRECTO AMENAZA CON ACABAR HASTA CON EL DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA DE LA LENGUA








Coincido con Joaquín Leguina en que paulatinamente, en todas las sociedades occidentales pero especialmente la española, están imponiendo una especie de Ley de lo políticamente correcto y que, a menudo, los partidos se sienten tentados a legislar sobre la materia imponiendo una tiranía en contra de lo que eran usos y costumbres tradicionalmente asentadas, que forman parte de nuestra cultura, de nuestra forma de ser y hasta de nuestro arte.
El intervencionismo del Estado (o de las comunidades autónomas) y su obsesión por recortar cada vez más amplios espacios de libertad a los ciudadanos se revela no sólo en los toros, en la prohibición cada vez más evidente del alcohol y del tabaco, en la intromisión en las pequeñas reyertas familiares convertidas artificialmente en Violencia de Género, en la concesión de derechos similares a los del matrimonio ─ institución concebida en la moral cristiana y el derecho romano, nuestras fuentes culturales, como la unión de un hombre y una mujer con fines de perpetuar la especie entre otras cosas ─ a minorías como las tortilleras y los maricones, dignas de respecto pero al fin y al cabo no matrimonios en el sentido tradicional del término.
La última imbecilidad del Gobierno ha sido anunciar la promulgación de una Ley que «sancionará los insultos, injurias, menosprecios… dirigidos contra cualesquiera personas que pertenezcan a una de la las “minorías que debemos proteger”».
«He pensado ─ escribe Leguina ─ siempre que los poderes públicos apenas deben intervenir en las relaciones interpersonales y mucho menos en las íntimas, pero también entiendo que si a un subsahariano se le insulta o desprecia por ser negro, pues el ofendido tiene derecho a defenderse… pero no hasta el punto en que, según se anuncia, lo va a hacer la nueva ley: el de invertir la carga de la prueba. Dicho de otra forma: si una mujer obesa le denuncia a usted por haberse dirigido a ella llamándola “gorda” o “sebosa”, no es ella quien tiene que buscarse testigos para demostrar que usted la insultó, es usted quien tendrá que demostrar que no hizo tal cosa… y de esa guisa el pensamiento políticamente correcto va horadando principios democráticos que creíamos inamovibles y fundamentales.
Uno de esos preceptos básicos es el artículo 9 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789: “Todo hombre se presume inocente mientras no se pruebe su culpabilidad”. Y es que la corrección política no se para ante la Ilustración ni ante las revoluciones liberales. Nada ni nadie es obstáculo para este impulso “salvador”. Ya lo comprobamos con la primera ley orgánica aprobada en las Cortes bajo la presidencia de Zapatero: la ley contra la violencia de género, que se saltaba el artículo 1 de la Declaración de 1798 (“La ley debe ser igual para todos, tanto cuando proteja como cuando castigue”). En efecto, dicha ley enmendaba el código penal (y a mi juicio la Constitución) imponiendo penas diferentes si el agresor es un varón (mayores penas) o una mujer (menores penas). Más de 200 años de sentido común y de principios democráticos saltaban por los aires en aras de la ideología feminista. Un disparate que sólo se concibe en un Parlamento incapaz de oponerse al vendaval de lo “políticamente correcto”».
Todas estas leyes, inspiradas no en la ideología feminista como dice el ex presidente de la Comunidad de Madrid ─ que mujeres hay muchas que piensan lo contrario ─ sino en la ideología o filosofía de género y defendidas desde el Gobierno por María Teresa Fernández de la Vega no constituyen nada nuevo. Por el contrario, se sustentan en normas ya experimentadas en otros países y de dudoso éxito. La Ley para sancionar los insultos, las injurias y los menosprecios fue impuesta, por ejemplo, en Estados Unidos hace muchos años, un país donde, pese a la Guerra de la Secesión, los negros constituían una minoría segregada, condenada a vivir en un getho al no poder viajar en avión, ir a los mismos restaurantes, hoteles, establecimientos comerciales, iglesias, universidades, que los blancos ni poder ocupar una serie de puestos de trabajo destinados a estos hasta hace apenas cuatro décadas.
CONDENAR A UNA PERSONA POR UN INSULTO A OTRA ES ENTAR EN LA ESFERA DE LO ESTRICTAMENTE INDIVIDUAL, EN UN PAIS DONDE NO EXISTE DISCRIMINACIÓN RACIAL NI XENOFOBIA
La lucha de Martin Luther King, Rosa Parks, Ralph Abernathy, Malcom X y otros líderes del Movimiento de los Derechos Civiles no sólo pusieron fin al Ku Klux Klan y a gran parte de este aparheid sino que dió la vuelta a la tortilla e impusó la discriminación positiva. El «black power» acababa convirtiendo en realidad la no segregación más de un siglo después de que Thomas Jefferson acabara con la esclavitud. Debido a este fenómeno, se impuso una ley mediante la cual llamar a un negro «nigger!» (expresión de origen latino, peyorativa, empleada por el asesinato de Malcom X) en lugar de «afroamericano», «black people» u otros eufemismos por el estilo suponía automáticamente una condena para el blanco al considerarse que el primer término era peyorativo. Se imponía, además, con la simple denuncia del supuesto ofendido, sin testigos ni documentos probatorios, vulnerando el principio de inocencia, y sin tener en cuenta las circunstancias en que se produjo el hecho: en broma, como respuesta a otra ofensa verbal de parecido calibre, acaloramiento, ofuscación, pelea, agresión previa del negro sobre el blanco etcétera.
LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO PRETENDE QUE EL SOCIALISMO ELEVE LA ORDINARIEZ O LA GROSERIA AL ÁMBITO DEL DELITO PENAL SIN POSIBILIDAD DE DEFENSA
Lo políticamente correcto acabó enviando a la cárcel a miles de norteamericanos blancos, a condenas de fin de semana, hasta que los jueces y tribunales se dieron cuenta de que no tenía sentido ir por esa senda y la Ley, supongo que todavía en vigor en algunos estados con mayoría de gente de color, entró en vía muerta.
En España no hay tal discriminación racial. Los emigrantes, en su mayoría latinoamericanos, se mean en nuestros parques los fines de semana; nos joden la siesta y nos hacen pasar la noche en blanco muchos días al organizar improvisadamente, al son del alcohol, los tambores y las maracas, sus multitudinarias fiestas debajo de nuestros pisos; utilizan casi gratuitamente el «metro», que pagamos todos, y el resto de los transportes públicos; acuden a nuestros hospitales, ambulatorios, escuelas y universidades sin que nadie se rasgue las vestiduras por ello. Y sin que nadie les discrimine por el color de la piel ni le ponga mala cara por no haber podido pegar ojo la noche anterior.
El que les llamen «sudacas» de vez en cuando no es una situación alarmante ni un síntoma que denote un crecimiento del racismo o de la xenofobia. A muchos españoles los denominan «leperos», «andaluces», «gomeros», «chicharreros», «canariones», «charnegos», «coreanos» o «maketos» en determinadas comunidades autónomas (Canarias, País Vasco y Cataluña, especialmente) y no he visto a nadie poner el grito en el cielo por esa discriminación racial o atentado contra la dignidad de las personas originarias de esos lugares de España. Habitualmente, el chiste de mal gusto suele acabar con otro chiste de signo contrario y se acabó el asunto.
De otra parte, el Gobierno no es nadie para enmendar la plana vía Ley a la Real Academia de la Lengua Española y a las academias latinioamericanas, que estiman como válidas no menos de 1000 palabras de "uso común", algunos de los cuales pudieran considerarse ofensivas o denigratorias, ni al acervo popular más rico en términos y expresiones supuestamente groseras.Por ejemplo y por acotar el asunto, para referirse a los maricones o a las tortilleras, hay un catálogo de no menos de quinientos términos coloquiales como los siguientes muchos de los cuales figuran en el diccionario secreto de Camilo José Cela y en gran parte de nuestra literatura, desde el Quijote a los libros contemporáneos de más reciente aparición:
«Amanerado, homosexual, lesbiana, gays, marica, mariquita, maricón, mariconazo, maricozón, amaricado, amariconado, acaponado, amadamado, ahembrado, amujerado, afeminado, invertido, desviado, travertido, trasversal, baranda, descarriado, descaminado, virado, torcido, ladeado, puto, periquito, gorrión, canario, pájaro, urolagno, cacorro o afrancesado».
Y estas expresiones o algunas otras de parecido estilo:
«Ají, arrecho, bambaro, bironcha, brisco, brito, bufarrón, bujarra, bujarrita, bujarrón, cabro, cachondo, cacorro, chavón, chivo, cueco, culero, emputado, galletita, gato, guineo, joto, lilo, loca, mampo, maraca, meco, morro, pato, chapero, perro, piola, pipián, pirujo, playo, puñal, putazo, rayarse, rosca, rosquete, trolo, zorrourraca, barbilindo, ninfo, fileno, bragazas, mariposa, mariposón, sarasa, sodomita, mamón, bufa, ornitorrinco, retambufero o culero».
O, incluso, términos como los que siguen:
«Maricotas, rarito, bala, comilón, loca, chupanabos, muñeca quebrada, reputo, afeminado, amanerado, putarraco, comechingones, recontraputo, mariposa, mariposón, reina, recontrareputo, manuela, sodomo, sodomita, bollero, marginal, cangrejo, fileno, bardaje, ninfo, pederasta, corrompido, raro, yayo, hueco, fleto, cola, coliguacho, colipato, figón, mostacero, muerdealmohadas y soplanucas».

También frases como las uqe, a modo de ilustración, se apuntan:
«Chingoso del revés», «come madre», «ni carne ni pescado», «ni chica ni limoná», «de la acera de enfrente», «niña bonita», «amigo del pelado», «oad (orificio anal dilatado)», «que pierde aceite», «palomo cojo», «tomar por el culo», «il manjiatore», «que va para el otro lado», «que patea para el otro arco», «muñeca quebrada», «rompre traseros», «zorrón amanerado», «traga sables» o «come balas», "navegante por la popa", "amante del tiro por la culata" y otras.
PARA DESIGNAR A LOS MARICONES Y TORTILLERAS EL DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA Y OTROS TEXTOS PUBLICADOS EMPLEAN NO MENOS DE 500 VOCABLOS DIFERENTES. NADIE SE HA ESCANDALIZADO HASTA AHORA
O, yendo aún más lejos, estas otras que le dedicó el desaparecido maestro de periodistas Jaime Campmany a Fidel Castro, protector como se sabe de la homosexualidad, en uno de sus inefables artículos de ABC años ha:
«Fidel, aprieta el rabel», «Comandante, por detrás lo de delante», «Si Castro bufa, por retambufa», «Con Castro, al camastro», «Fidel, tirano, libertad para el ano», «Castro, carcelero, libertad para el chapero», «En Cuba, al baranda, el culo como zaranda».
Y es que, en contra de lo que ignora la ideología de género, todos los países del mundo, usan expresiones similares para designar a estos colectivos. En la República Federal de Alemania se les llama coloquialmente, por ejemplo, desde hace más de un siglo «un 175», en referencia al artículo penal de condenaba la homosexualidad desde la República de Weimar hasta 2001.
Es, por tanto, lamentable que esta lista de vocablos, extraída de algunos diccionarios, incluidos los latinoamericanos, vaya a ser suprimida de un plumazo para imponer la dictadura de lo «políticamente correcto» y los que se atrevan usar alguna de estas expresiones, puedan ser sancionados penalmente. Esperemos que María Teresa Fernández de la Vega, y su cohorte de ideólogos de género, entre ellos Pedro [González] Zerolo, no se salgan con la suya.
No es cuestión de pedir la ilegalización ad perpetuam de los maricones y las lesbianas ni plantear su «limpieza étnica» de España, como propuso hace apenas unos años el dirigente de la Liga Norte italiana y bicealcalde de Treviso Giancarlo Gentilli. Que cada uno haga lo que quiera con su libertad sexual. Ahora condenar al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, el diccionario secreto de Camilo José Cela y miles de libros a la hoguera en mor de lo políticamente correcto tampoco es la solución. Ni hacer nuevas leyes restrictivas de los derechos y libertades de los ciudadanos considerando punible los exabruptos y ordinarieces.
En España no existen, que se sepa, brotes de racismo ni xenofobia contra los inmigrantes ni contra determinados colectivos sociales que acaban de incorporarse a la sociedad con todos sus derechos y algunos que no eran propiamente suyos. Tratar de modificar el Código Penal para sancionar conductas que, como mucho, no van más allá de la grosería o el mal gusto, es una sandez socialista y de la filosofía e ideología de género imperante. Especialmente, cuando en España no existe segregación racial y estas expresiones no son afortunadamente la norma sino la excepción. Legislar en este sentido es tanto como anticiparse con leyes punitivas a que ocurran los hechos e implantar el reino de la discrecionalidad al Estado de Derecho o, como diría un castizo, poner los carros delante de las carretas.

No comments:

Post a Comment