 
 Con ese aspecto de matrona nórdica bien alimentada, de    facciones robustas y piel ligeramente sonrosada, Ángela Dorothea Merkel,    la jefe del gobierno alemán acaba de poner el dedo en la llaga:   «España  es el ejemplo de la relajación europea frente a China o a   Estados  Unidos [los dos grandes colosos que liderarán sin duda el mundo   antes de  que acaben los siguientes 20 años].
  «Europa    ─ dijo ─ es un continente viejo, un continente lleno de debilidades y    con muchas dificultades para la innovación y la competitividad en un    mundo globalizado. Pero no podemos dormirnos en los laureles. Tenemos    sacudirnos la pereza, no caer en la comodidad y mantener a cualquier    precio la competitividad de la Unión Europea frente a países como    Estados Unidos o China».
  La primera mujer    elegida canciller de la República Federal de Alemania alabó que España,    presionada por los países civilizados y ante la tesitura de  convertirse   en un país del Tercer Mundo en una década, decidiera hacer  los deberes   para hacer frente a la crisis, al igual que el resto de  las naciones   europeas. «Hasta   ahora   quien tenía un puesto de trabajo en España prácticamente no  podía ser   despedido, pero el desempleo amenazaba con subir  hasta  el 40  por ciento. Ahora ha tenido que hacer una reforma laboral  drástica   como reacción española a la relajación de los años de  bonanza», los   años dorados en que se ataban los perros con longanizas.
  A    esta teutona, hija de un pastor luterano nacida en Hamburgo y miembro    del la Unión Demócrata Cristiana de su país, no le falta ni una pizca  de   razón. Lo que no cuenta porque no es políticamente correcto es que  el   ciclo de Europa como potencia mundial, que arranca del final de la  II   Guerra Mundial, con un crecimiento sostenido del 5 por ciento del  PIB en   los primeros 20 años, camina inexorablemente hacia su fin. 
  El   presidente francés, Charle De Gaulle, ya lo expresó a menor  escala   hace 30 o 40 años, todavía en la época de la «France», de la  «grandeur»   en que los gauchos con su paraguas nuclear y su pujante  sector  público  industrial no dejaban de mirarse en ombligo. «Un país que   tiene 200  marcas de quesos diferentes, compitiendo unos contra otros,   no puede  ser un país serio», señaló entonces De Gaulle.
  La    frase se puede extrapolar a la Unión Europea y cobra su significado  en   toda su extensión y plenitud. Con 200 compañías aéreas, decenas de    empresas aeronáuticas, de armamento, informáticas, de la construcción y    bancarias compitiendo entre sí; con 27 políticas fiscales, otras  tantas   concepciones del Estado del Bienestar, decenas de políticas   energéticas  diferentes, una agricultura subvencionada que prima a los   países del Sur  y unos estados miembros cuyos costes salariales   unitarios crecieron en  la pasada década en unos países un seis por   ciento (Alemania) y en otros  hasta un treinta (España), el futuro de la   unión se augura bastante  negro.
  Si a  esto unimos la  ausencia de materias primas y  energéticas, el cierre  masivo de la  industria pesada (astilleros y  siderurgia) en gran parte  de los países  miembros, la incapacidad para  incrementar la calidad,  bajar los precios  y competir en un mercado cada  vez más abierto, cada  vez con menor  barreras arancelarias, el panorama  se complica aún más.
  Porque   la Europa que  tras la revolución industrial abastecía al mundo de   productos  manufacturados, que fabricaba más de la mitad de los barcos   que surcaban  los mares, las dos terceras partes del acero empleado en   la fabricación  de estructuras metálicas y maquina-herramienta, que   llevó el  ferrocarril a los confines del universo y cuya industria   textos  abastecía de todo tipo de telas, incluida la seda a la propia   India, no  es ni un reflejo que lo que fue en sus tiempos gloriosos,   pese a estar  azotada por dos guerras mundiales en el siglo XX. 
  LA POSIBILIDAD DE CREAR  UNA EUROPA   MÁS FUERTE QUE  ESTADOS UNIDOS Y CHIBNA UNIENDO EL PIB DE LOS 27 PAISES   MIEMBROS EN UNO  SOLO NO FUNCIONÓ COMO ESTABA PREVISTO Y LA CRISIS DE   LEHMAN BROTHERS  AFECTÓ A LA UE  MÁS QUE AL DOLAR Y AL YUAN 
  La    salvación de este gran continente residía en crear una moneda común,   el  Euro, incrementar exponencialmente el PIB interior al sumar el de   los 27  países miembros y aprovechar las sinergias de la unificación   económica y  financiera para dar un fuerte impulso a sus industrias, a   sus redes  comerciales, a su sistema financiero y a sus servicios. 
  La    realidad, sin embargo, ha demostrado que el tigre europeo no era tan    fiero como lo pintaban sus propios gobernantes. La Unión Europea, en    lugar de buscar nuevos mercados y salir a competir fuera, se dedico a    fabricar y a venderse a si misma; mientras unos países desregularizaban  y   liberalizaban su economía otros, como Francia, mantenían intacto su    sector público, cada uno impuso la política fiscal y financiera que  le   convencía; con inflaciones distintas y unos factores totales de    productividad completamente dispares, el milagro era casi imposible.
  «A single  currency is  OK for   the United     States Europe  is not, because its countries are    far too different in terms of productivity and inflation. The euro  would   be such a disaster that it  will never happen», pronosticó Milton Friedman con gran    acierto. 
  Porque   contener el déficit por debajo del 3 por ciento,  reducir la deuda   pública a límites tolerables y mantener una inflación y  unos tipos de   interés bajos, tal y como se establecía en los criterios  de   convergencia, no han sido suficientes para establecer una moneda  firme e   incentivar el crecimiento. Y el 15 de septiembre de 2008, cuando  en   apenas 24 horas se produce la quiebra de Lehman Brothers y Bank of    America tiene que comprar Merrill Lynch para evitar su colapso, la    economía del Euro se resiente al igual o más que la del dólar, cosa que    ocurrió en menor escala con el yen o el yuan porque de hecho no hubo    nunca una moneda única europea.
 ANTE EL RIESGO DE QUE ESPAÑA SE HUNDA, SI  TUVIERA ALGÚN DINERO SE LO DARÍA A MERKEL PARA QUE ME LO GUARDARA EN EL SUJETADOR, ESE BUNDESBANK TEUTON ACORAZADO DONDE RODRIGUEZ ZAPATERO NO PODRÍA SISAR UN EURO, SIN ARRIESGARSE A PILLARSE LOS DEDOS
Hoy existen muchas    razones para pensar que Europa podrá salir de la crisis con España y    Grecia marchando en el furgón de cola. Pero hay muchos más datos para    pensar que la Unión Europea no volverá a ser lo que era y que mientras    los países nórdicos se consolidarán como la cabeza de puente de la UE a    la conquista del mundo, los del sur tendrán que sufrir largos años  los   efectos del cataclismo. Por eso, ante el riesgo de que España se hunda, si yo tuviera dinero se lo daría  a Ángela Merkel para que me lo guardara en el sujetador, el   billetero más seguro y fiable de muchas mujeres españolas de  los cincuenta y también de la protagonista de la película Cabaret. Porque el sostén de la canciller teutona, estoy seguro, es una especie de Bundesbank acozazado donde José Luis Rodríguez Zapatero no podía sisar un euro, sin arriesgarse a pillarse los dedos.  


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