Thursday, July 8, 2010

FRACASA EL PROYECTO SOCIALISTA DE «UNIVERSIDAD PARA TODOS» PARA QUE LOS HIJOS DE LOS OBREROS CONTROLARAN LOS MEDIOS DE PRODUCCION

TRES DÉCADAS DESPUES DE LA PUESTA EN PRÁCTICA DE LA «DOCTRINA MARAVALL», LA CALIDAD DE LA ENSEÑANZA SE HA EMPOBRECIDO Y NI UN SOLO SOCIALISTA DIRIGE UNA GRAN EMPRESA ESPAÑOLA
El 28 de octubre de 1982 cuando llegó al poder, Felipe González Márquez, decidió trasladar la lucha de clases desde las fábricas, las minas, los puertos y los astilleros (que aún los había) a la Universidad.
Aunque muchos de ellos decían sentirse los herederos de la Institución Libre de Enseñanza de Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo Azcarate, Nicolás Salmerón, Gregorio Marañón, Julián Besteiro o Fernando de los Ríos, y de la Residencia de Estudiantes, los socialistas no podían consentir que la educación superior en España fuera una actividad elitista y para unas pocas mentes privilegiadas, cosa que nada tendría de extraño: así ocurre en el resto del mundo y nadie se rasga las vestiduras.
Y fue entonces cuando se impuso la llamada «doctrina Maragall»: los hijos de los trabajadores, de ese proletariado y campesinado en claro ascenso social pero que aún votaba socialista, a punto de ser sustituido por el proletariado de la emigración, no podían ser excluidos de sus aulas por fal-ta de becas y de medios económicos. Al igual que en materia autonómica se impuso el «café para todos», en el ámbito educativo los socialistas implantaron la enseñanza universitaria (casi obligatoria) para todos, como la panacea universal que iba a redimir a los desheredados de la tierra (es un decir), ya no tan pobres, de sus miserias y calamidades y, de paso, ocupar estratégicmente uno de los estamentos básicos para el control absoluto de la sociedad, según la teoría del comunista italiano Antonio Garmsci. (Lo cual, por otra parte, le serviria de plataforma desde la que montar la campaña de algaradas contra el PP, en el dia de reflexión de las elecicones generales del 11 de marzo de 2004).
Y en su afán de universalizar unos centros educativos a los que solamente deberían llegar los alumnos mejor formados, los más capacitados, para luego formar parte de las élites empresariales, intelectuales, culturales e incluso políticas del país, suprimieron el sistema de «numerus clausus» y abrieron de par en par las puertas que facilitaban el acceso a la enseñanza superior o universitaria a todo el mundo.
Al igual que el que fabrica chorizos, las universidades comenzaron a florecer como hongos por todas partes y hoy no hay comunidad autónoma que se precie que no tenga unas cuantas, aunque no haya suficientes alumnos para sostenerlas. De modo y manera que, mientras en España tenemos 110 universidades (y algunas más en marcha) en los Estados Unidos, donde estudian las élites de todos los países del mundo, con 310 millones de habitantes, solo hay 98 que puedan considerarse de prestigio.
Obviamente, se produjo lo inevitable. Para permitir que los hijos de muchos obreros pudieran acceder a la Universidad se implantó la LOGSE (Ley de Ordenación General del Sistema Educativo), se bajaron los con-troles de calidad en los centros públicos de enseñanza media, y los hijos de los antiguos parias de la tierra, según la Internacional, invadieron en masa a los campus universitarios españoles. Pero lo hicieron sin saber como decía Ronald Reagan que «un comunista es alguien que ha leído a Marx. Un anticomunista es alguien que ha entendido a Marx». O, lo que es lo mis-mo, después de haber pasado largos años en los institutos públicos o colegios concertados pero sin que las enseñanzas impartidas en los mismos pasaran por sus mentes.
Hoy tenemos, sin duda, el mayor porcentaje de jóvenes egresados de los centros superiores de toda la historia de España, algo de lo que se sienten orgullosos los ministros de educación socialistas José María Maravall, Javier Solana Madariaga, Jerónimo Saavedra o Alfredo Pérez Rubalcaba, que formó parte de aquellos gabinetes. Pero, al mismo tiempo, tal vez por ese aforismo de que la calidad está reñida con la cantidad, los peor formados del planeta, como ponen de relieve todos los indicadores e informes de la Unión Europea.
UTILIZAR LA UNIVERSIDAD COMO UN INSTRUMENTO MÁS DE LA LUCHA DE CLASES HA SIDO UNO DE LOS GRANDES ERRORES DEL PSOE QUE PAGAMOS TODOS LOS ESPAÑOLES
De donde se deduce que el empleo de la Universidad como instrumento de la lucha de clases del marxismo clásico ha tenido la misma utilidad que el Mayo francés del 68, de donde parten también algunas de las ideas de unir a obreros y estudiantes en un mismo grupo de poder. Los poderosos y las clases medias y medias altas captaron enseguida las intenciones de los so-cialistas y procuraron que sus hijos estudiaran en colegios privados y luego se formaran en el extranjero, aprendiendo idiomas y haciendo todos los masters que fueran necesarios para que la «revolución silenciosa», el «cambio social en el control de la economía, la política o las instituciones» de los Solana, Maravall y Pérez Rubalcaba se quedara en agua de borrajas.
Ha sido lo contrario a lo ocurrido en Vizcaya, donde muchos militantes del PNV egresados de la Comercial de Deusto han sustituido en gran parte a la desaparecida oligarquía de Neguri en algunas empresas y en la admi-nistración autonómica. La experiencia de los 30 últimos años en el resto de España ha demostrado que el dominio o expropiación encubierta de los medios de producción no se puede alterar mandando a los hijos de los obreros a estudiar, diseñando un sistema que los convierte en analfabetos integrales y creando universidades para fabricar parados hasta en La Rioja, por poner un caso extremo. Mejor método podría haber sido, por ejemplo, que Felipe González becara a un millar de hijos políticos de Pablo Iglesias y los hubiera mandado a formarse a Columbia, Stanford, Ann Arbor, Yale, California-Berkeley, al Instituto Tecnológico de Massachusetts, Georgetown, Harvard o incluso a la de Nevada (Reno), donde estudian los hijos de los pastores vascos emigrados a Estados Unidos tras la I Guerra Carlista.
Hubiera sido, probablemente, una forma de no empobrecer el sistema educativo y, tal vez, los socialistas tendrían hoy unos cuantos conmilitones más en los consejos de administración o dirigiendo Telefónica, La Caixa, BBVA, Santander, Popular, Endesa, Repsol, TVE, Gas Natural o el Metro de Madrid. O quizás unos centenares de militantes potenciales menos. Porque, según mi experiencia, cuando se procede de una familia no adinerada y se alcanza una cierta posición social y académica en una universidad americana, poca gente regresa a su país de origen para ponerse al servicio de unos tipos mediocres y semianalfabetos. Es lo que algunos políticos y bastantes periodistas mediocres suelen llamar de manera incorrecta la «fuga de cerebros» a los países desarrollados.

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